El valor de la rebeldía colectiva

El valor de la rebeldía colectiva

Por estos días me estoy leyendo ‘En Busca de Venus’, un libro de la escritora Andrea Wulf, que relata la gran hazaña que llevaron a cabo un grupo de astrónomos de finales del siglo XIX. Allí, su autora narra cómo en dos días específicos de 1761 y 1769 los telescopios de cerca de 200 científicos apuntaron al firmamento para observar un evento extraordinario: el tránsito de Venus entre la Tierra y el sol. Unidos por esta particular ocasión, se embarcaron en la aventura que permitiría determinar el tamaño del sistema solar.

No era una tarea menor. En ese entonces, Europa estaba viviendo la Guerra de los Siete Años, la cual se libraba en diversos territorios y mares que dominaban las grandes potencias. La proeza de llegar a los distintos lugares del Planeta para lograr la observación estaba llena de dificultades prácticas y técnicas, penurias, tormentas y tempestades. Llegar a Siberia o a las islas del Océano Índico cargados de telescopios resultaba heroico. Finalmente, la hazaña se completó.

Antes del libro en mención, terminé otro de la misma escritora: ‘Magníficos Rebeldes’, un texto que recrea los encuentros y las conversaciones de los principales pensadores, poetas y filósofos alemanes de finales del siglo XIX. Con ellos nació el Romanticismo y la idea moderna de libertad. Poetas como Goethe y Novalis, filósofos y científicos de renombre como Fichte, Schelling y Hegel, personalidades como los hermanos Schlegel y los Humboldt. De allí surgieron ideas radicales alrededor de la fuerza creativa del yo, del poder aspiracional del arte, de la ciencia, del valor integrador de la observación de la naturaleza.

Me atrevo a mencionar estos dos breves recuentos de aventuras humanas porque fueron y son un deleite literario, pero también porque me sirvieron de aliciente para revivir y rescatar un sentimiento profundamente humano: el querer y poder trascender el hoy, el aquí y el ahora.

Dos proezas humanas que reflejan la audacia de quienes se rebelan contra las dificultades y la realidad en que viven, contra la pasividad individual de dejar que las cosas sigan como están. Reflejan también la rebeldía colectiva que hace que las cosas cambien para bien.

Entonces, de manera espontánea surge la pregunta: ¿y eso por qué importa hoy y en este momento?

Al observar nuestro entorno es fácil identificar tantas cosas que nos gustaría que fueran distintas, que fueran de otra manera.

La cultura del emprendimiento, tan valiosa y valorada en nuestros días, busca precisamente la transformación radical de aquellos modelos que son inoperantes, ineficientes. Podemos comprar productos sin salir de la casa gracias a las plataformas digitales; tenemos acceso a información inmediata de casi todo lo que queremos saber, en virtud de la inteligencia artificial; es posible hacer inversiones en diversos portafolios y geografías tan solo con un clic; ya sabemos que si reciclamos desechos podemos elaborar fibras resistentes y aptas para diversas industrias. Y así tantos otros avances y tantas otras cosas por mejorar y cambiar en el universo productivo.

Pero, somos también testigos directos de hechos que nos indignan, que nos generan dolor y rechazo. Señales preocupantes que nos indican que hay cosas y circunstancias que no deberían existir, que no deberían seguir ocurriendo.

Por eso la indignación nos acompaña ante situaciones que no tienen proporcionalidad, que no tienen una justificación sensata. Ver un auto McLaren de 1.500 millones de pesos estrellarse como un juguete desechable en un país en el que el salario mínimo no es ni el 10 % de ese valor; que Google y Facebook administren más del 70 % de la información digital del Planeta; que haya niños en La Guajira muriéndose de hambre por desnutrición, cuando su departamento ha recibido miles de millones en regalías; una justicia selectiva para quienes tienen poder y capacidad de influir, que lleva a la cárcel a quienes cometen delitos menores y da prerrogativas o no sanciona a los que cometen delitos mayores; que haya quienes le pagan a un alcalde y logran modificaciones del POT para obtener licencias de construcción con mayor densidad, mientras que quienes no lo hacen ven congelado su patrimonio; que menos del 10 % de la población sea dueña del 80 % de la riqueza del país; que haya barrios, regiones y territorios en los que la violencia y la guerra definan el trato entre las personas.

El mismo sentimiento de indignación nos impulsa a rechazar a quienes acuden a las vías de hecho sin respetar la institucionalidad; a quienes maltratan a otros; a aquellos que difunden mentiras en las redes sin consideración al efecto que producen; a aquellos que usan el poder en beneficio propio; el trato ofensivo hacia quienes prestan un servicio; el descuido para con quienes nos han cuidado; el olvido de quienes necesitan ser reconocidos; a quienes creen que el cuidado del Planeta, del agua y del aire es tarea de otros.

¡En fin! La misma indignación que produce ver a alguien colarse en una fila cuando esperamos el turno pacientemente; o cuando alguien llega tarde de forma arbitraria mientras cumplimos con la hora acordada.

En un universo tan complejo, tan diverso, los seres humanos no podemos pretender alcanzar un mundo perfectamente justo, aun si estuviéramos de acuerdo sobre cómo sería ese mundo. Pero lo que sí podemos y debemos buscar es la erradicación de las injusticias manifiestas. Esto es lo que nos ha enseñado Amartya Sen, Premio Nobel de Economía y profesor de las universidades más respetadas del mundo. Gracias a esa ilusión, a ese sentimiento que, por suerte, creo, aún nos acompaña, la humanidad eliminó la esclavitud y otorgó el voto a la mujer. Es la misma fuente de rebeldía que llevó a Gandhi a oponerse al imperio británico y a Martin Luther King a combatir la supremacía blanca.

Sin embargo, cuando la indignación se queda solo en lamento, entonces es solo ruido. Y de ruido ya tenemos bastante. Por eso cobra particular relevancia la rebeldía colectiva que nos anima a transformar la realidad, nuestra realidad y nuestro entorno, aunque sea un poco, en algún lugar, para algunas personas.

Aceptemos que no vamos a lograr una justicia plena, que hay derechos que entran en conflicto con otros, que hay desigualdades naturales, que el mejor de los sistemas políticos es imperfecto. Pero no nos quedemos tranquilos ante injusticias exorbitantes.

Y diré algo más: me gustaría también rebelarme contra la quejadera ante las adversidades o los problemas del país, y hacer parte de quienes se ponen manos a la obra con iniciativas concretas; me gustaría rebelarme contra la ansiedad que produce el paso del tiempo y saber disfrutar cada instante como si fuera el último; rebelarme a fondo contra los oficios rutinarios; rebelarme contra las discusiones emotivas y viscerales, alejadas de los argumentos y los hechos; rebelarme contra las ciudades que absorben nuestros días y las horas entre el tráfico y la contaminación; negarme a perder a los amigos y amigas que quiero, simplemente porque los veo poco; rebelarme a fondo contra la arrogancia del poder, contra la sordidez de los corruptos o la ley del más vivo.

La rebeldía, sin embargo, no llegará muy lejos sola. Nuestra sociedad, nuestro país, nuestra ciudad y nuestro entorno requieren con urgencia de emprendedoras y emprendedores que se atrevan a impulsar cambios disruptivos en los comportamientos colectivos. Promotores de normas sociales que adviertan y se movilicen en contra de las arbitrariedades; creadores de transformaciones que permitan cambiar la realidad, bajo principios cooperativos.

Para ello necesitamos del conocimiento colectivo. Hay que reivindicar y utilizar el conocimiento que existe en los distintos niveles de la sociedad y usarlo para encontrar mejores respuestas y soluciones a problemas sociales. La inteligencia colectiva ha sido una fuente de progreso descomunal. La dura experiencia de la pandemia y el COVID, apenas hace un par de años, demostró que en muy pocos meses nuestra sociedad obtuvo las vacunas, los instrumentos de cuidado y las políticas públicas que sirvieron para superar una situación sin precedentes. Buena parte del progreso humano se ha servido de esa capacidad de sumar información, experiencia, datos, esfuerzo y propósito.

Todos podemos hacer parte de los magníficos rebeldes de esta generación, de nuestro entorno social, de nuestro ámbito de influencia.

*Extracto del discurso para ceremonia de grado del CESA.

Jaime Bermúdez Merizalde

Jaime Bermúdez Merizalde

Presidente Lazard Colombia – Miembro de la Junta Directiva Origen